Hace ya unas semanas recogí un carrete de blanco y negro que debí haber revelado hace tiempo y haber acabado hace mucho más.
Se trataba de un rollo que puse allá por Febrero de 2017 motivado por la visita de Paloma a Donosti.
Como sabéis (y si no lo sabéis, os lo digo) suelo poner los carretes a la cámara y la voy sacando a pasear en momentos de los que quiero guardar recuerdos en papel, alargando así la película hasta periodos, como en esta ocasión, de un año.
Desde ese Febrero que comentaba, fueron viniendo acontecimientos. En algunos llevaba la cámara encima, en otros se me olvida y otros directamente no quería llevar la japonesa a cuestas.
Vino la sidrería intercultural-plurinacional, vinieron paseos por Ulía aprovechando un «seco» año en Donosti, vinieron las Arrasate-Nicako neskak, la boda del tasista vespero, vineron las gozosas visiticas a Aragón, vino el invierno, vino diciembre y vino la noia Ecuatori-lleidatá con la Dana.
Y resulta que cuando mandé a revelar el rollo (el último antes de empezar a revelarlos yo), lo recogí y vi las fotos, me di cuenta que había pasado casi un año entre la foto 1 y la 36.
Siempre digo que la fotografía analógica ayuda a dosificar los disparos pero creo que en esta ocasión me he pasado.
De momento esto es todo. Siendo fiel a mis ramalazos de intensidad en mis diversos hobbies, ahora estoy a tope con Me llaman Trípode y pronto habrá más publicaciones, aprovechando este nuevo diseño que le he dado al blog.
¡Agur lagunak!